José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Como un moscón entre la telaraña, el régimen se enreda, cada vez más, mientras intenta deshilar la madeja del robo y la corrupción económica que en forma masiva, casi institucionalizada, nos desgasta y amenaza con aniquilarnos.
Es una mogolla que gira sobre nudos capciosos. Y no hay por dónde continuar estirándola.
Se inició con la anulación, rudimentaria, a lo bestia, de la propiedad privada. Todo sería para todos, dijeron los jefes, y no nos tomó mucho tiempo para comprender que nada sería para nadie, en tanto todo iba a ser para ellos. Esa es la telaraña, la base del problema. El resto son los manotazos del moscón, más y menos torpes, más y menos determinantes, más y menos desesperados.
Ahora no admiten, ni reconocen, ni pueden comprender el propio engendro, por más que los aplaste con su peso elemental: si nada es de nadie, todos nos consideramos con el derecho de tomar lo que necesitemos donde más a mano nos quede, amparados por la razón que otorga el instinto y con la conciencia tranquila.
No es que nos hayamos convertido en un pueblo de incorregibles ladrones, como sostienen algunos melindrosos de por ahí. Es otra desgracia, tal vez peor pero distinta.
Somos víctimas de un implacable proceso de robotización que nos hizo inocentes al vaciarnos por dentro, lo cual explica (aunque no necesariamente justifique) esa especie de cleptomanía crónica y generalizada que padecemos hoy, no como un vicio sin remedio, sino como resultado de nuestra incapacidad para discurrir al margen del programa, o sea, desde nuestra inocencia de androides.
Ya se verá, tarde o temprano, que cuando al fin quede desintegrada la telaraña, luego de asfixiar al moscón (la esperanza es lo último que se pierde), a casi nadie aquí habrá que amenazarlo, ni hostigarlo para que no tome lo que no le pertenece, siempre que le quede por delante la posibilidad de ganarlo honrada y libremente.
Incluso, es una lástima que ahora mismo no existan estadísticas que nos permitan constatar la distancia, sin duda galáctica, que media entre los indicadores de robos a particulares y los que ocurren en instancias estatales de la Isla.
Y no es que pretendamos excusar esa gangrena del espíritu que representa el robo, aun como inapelable disyuntiva de supervivencia. Menos querríamos validarlo por el hecho de que afecte al régimen, ya que igual nos afecta a nosotros.
De lo que se trata simple y llanamente es de identificar por su nombre el origen de las cosas, a ver si en la hora precisa nos resulta un tanto más fácil enfrentarlas.
Por lo demás, nada revela con suficiente autoridad científica que el nuestro sea mejor ni peor que cualquier otro pueblo del planeta. Son nuestras circunstancias las que nos empujan contra la pared. Y eso también se verá tarde o temprano. Todo tiene un principio y un fin, excepto la salchicha, que tiene dos.
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