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Habaneceres. Luis Manuel García Habaneceres. Luis Manuel García
Diario habanero. Lunes 20 de julio, 2009
Luis Manuel García Méndez | 27/08/2009 22:59
Iniciamos nuestra última semana en Cuba viajando hacia el Este.
Hemos alquilado un par de habitaciones en el hotel Tuxpan de Varadero a razón de 47 CUC por persona todo incluido. A pesar de que la calidad del asfalto es aceptable, rodamos a velocidad moderada. Nunca se sabe. Además de evitar accidentes, se evitan accidentes policiales, porque desde La Habana hasta Brisas del Mar hay más policías que señales de tráfico. Las señales se fabrican con chapa, largueros, remaches y pintura. Los policías se fabrican con orientales.
Mi sobrina ha venido con nosotros y ella y Daniel (sobre todo) no dejan de chacharear en el asiento trasero. Debe ser el sordo más parlanchín del planeta.
Hacemos un alto en un merendero que han instalado después de Santa Cruz del Norte, muy cerca del Peñón del Fraile. Nury quería retratar la casa que fue de su abuelo y donde pasó largas temporadas de niña, los arrecifes donde se bañaba, el minúsculo pueblo de casas curiosamente atildadas. Dice Nury que el día (año, lustro) después, ella quiere poner un hotelito rural en El Fraile. Yo no me hago muchas ilusiones, por aquello de que el Partido muere, pero El Hombre es inmortal. Y le digo que sí. Si no es en El Fraile, será en La Monja de Avilés.
En el merendero desayunamos y Daniel compra en la tiendecita un ejemplar de Así es Fidel, libro de Luis Báez. Según Daniel, es un libro de humor. Me temo que va a decepcionarlo. En consonancia con el estilo de su autor, me basta una hojeada rápida para comprobar que es un manual muy completo de guataquería –o de sulatranería, como se decía en otros tiempos de aquellos que practicaban el arte de ser sumisos, lacayos y tracatanes--. Aunque hay momentos de mucho humor en el libro. El autor llama a Fidel Castro “mesurado”; Santiago Carrillo dice en 1960 que “lo del paredón tenía más de retórica que de realidad” (como en Paracuellos, digo yo), y Pablo Armando Fernández cuenta que la primera vez que se encontró con Fidel y éste le echó el brazo por encima, se percató de que “hasta ese momento estaba sobreviviendo y que había comenzado a vivir”. La cita es textual.
Hablando de periodistas, hace cinco días se conmemoró el 46 aniversario de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), y Juventud Rebelde publicó el artículo “Un periodismo eficaz, pero perfectible”. Entre otras perlas más brillantes que las que tú guardas con cuidado en tu lindo estuche de peluche rojo, Julio Martínez Molina decía que la prensa en Cuba no es el cuarto poder, sino el primero, “el del pueblo, a cuyo servicio se vincula desde una plataforma que responde a sus intereses y al del Partido que lo representa, que es la misma cosa”. Dice que en la UPEC “no tienen cabida la deshonestidad, el sofisma, las prebendas y las camarillas sectarias”, porque se “habla desde la verdad, al lado siempre del verbo digno, nunca desde el engaño, las tergiversaciones y la oratoria de manipulación”, aunque “sobran las informaciones estadísticas” (por ejemplo, los lugares que ocupa el país en presos/1.000 habitantes, PIB real, intención de emigrar, acceso a Internet, poder adquisitivo, tasas de desempleo). También es cierto que el periodismo cubano “va a la zaga en informar al mundo, y a Cuba”. Por ejemplo, toda la prensa mundial había publicado detalles de la Operación Carlota en Angola, mientras la presa cubana guardaba pudoroso silencio, según García Márquez, “por razones de seguridad”. Al parecer, los únicos que no debían enterarse eran los cubanos. Es cierto que a veces el periodismo va a la zaga, pero otras, es premonitorio. Hoy la prensa publica que el sistema de Acopio es un desastre, que se pudren las viandas en el campo y en los camiones. Y es como la máquina del tiempo: el mismo artículo, con ligeras variaciones de sintaxis, se ha publicado cientos de veces desde los años 70. La prensa muere, pero Acopio es inmortal. Aunque debo reconocer que Julio Martínez, alias El Zorro, cierra su artículo con una verdad lapidaria: “La prensa de la actualidad nada se parece a la de 46 años atrás”.
Yo trabajé como periodista en Cuba durante diez años y tuve experiencias buenas, malas y peores. Malo fue cuando un golpe de mar fuerza 3 casi hunde el bote en que me desplazaba de un barco a otro en aguas de Sudáfrica. Peor fue ver un centro de reclutamiento del MPLA en Luanda, donde los niños capturados en cercos a los kimbos y enrolados a la fuerza apenas rebasaban la altura del AK. Mala y buena fue la reunión con el (por entonces) omnipotente Carlos Aldana, quien quería depurar responsabilidades por la publicación en Somos Jóvenes de “El Caso Sandra”. Malo, porque corría el riesgo de continuar mi carrera profesional como sepulturero en la necrópolis de Colón o como experto en desenterramiento de papas. Bueno, porque, todos a una, 15 de 17 miembros del equipo dijeron Fuenteovejuna, señor. Y no había plazas de sepultureros para todos.
Pero la peor experiencia ocurrió en 1990. Me encontré en la calle con una vieja amiga a la que no veía desde hacía un decenio. Estuvimos contándonos de nuestra vida y milagros (pocos, a decir verdad). Matrimonios, hijos, hasta el capítulo laboral: le dije que trabajaba como periodista. Su respuesta fue rápida, letal: ¿Y no te da vergüenza?
Hacemos otra parada en el puente de Bacunayagua. El valle, ese océano verde, es un espectáculo que nunca te cansas de contemplar:
Camino a Matanzas, siempre que la carretera lo permite, se aprecia la misma desolación agrícola que en Pinar del Río. Parches de cultivos en un extenso lienzo de monte. Pasando el río Canímar, recordé los campos de henequén que alimentaban la Rayonera de Matanzas. Todavía puedo verlos en la memoria: largas y disciplinadas hileras, sus espinas como estiletes apuntando a los hombres que acudían a podarlos. Se decía que eran, también, una línea de defensa, una alambrada vegetal que protegería la costa de una invasión enemiga. Hoy los campos están totalmente abandonados. Asoman aquí y allá henequenes que han resistido el asalto de las malas hierbas. Al parecer, la Rayonera también cerró. Y siento un gran alivio: no se prevén invasiones. La línea de defensa es obsoleta.
Tras algunas vueltas, llegamos al Hotel Tuxpan. Como las portadas de los premios Planeta, la entrada es prometedora.
A primera vista, el contenido tampoco está mal.
Ni el entorno del hotel y sus instalaciones. Sí notamos de inmediato que el hotel está casi vacío. Estarán en la playa o en la piscina. Pero no.
Tras registrarnos, en la carpeta nos colocan unas manillas plásticas y quedamos marcados como ganado turístico. Por suerte, no se trata de una chapilla presillada a la oreja. Sin otro trámite, podremos acceder a los bares, discoteca, restaurantes y al resto de los servicios, incluso comidas ligeras y bebidas en una cafetería abierta las 24 horas.
En la playa encontramos a una decena de huéspedes. Una familia de rusos que ya no traen camisas de nylon, sino toallas con el Pato Donald, y negocian la compra de cobos a un empleado del hotel. Tres francesas o francocanadienses llenan termos de daiquirí. They dance alone, como diría Sting, alrededor de la piscina. A las cinco de la tarde ya han quemado dos etapas y se acercan a la estratósfera etílica. Tres o cuatro españoles y un cardumen de alemanes que no se alejan del bar al que se accede directamente desde la piscina, mojito en la diestra y jinetera en la siniestra. El trópico los ha desinhibido. Hablan más alto que los nativos.
En el restaurante descubrimos que, salvo las excepciones anteriores y un puñado de venezolanos, el resto de los clientes son cubanos. Familias enteras. No es difícil distinguir en cada grupo un “jefe de núcleo”: el que vino de allá y los trajo pacá. A veces las evidencias son inapelables: un cadenón de oro con el que se podría inmovilizar a una pantera, unos pies con calcetines enfundados en unas sandalias, o la palidez propia de quien no vive bajo este sol del mundo moral. En otros casos, el indicio es más sutil: una parsimonia propia de otros climas, cierto desgano en el acarreo desde el bufet hasta la mesa, o la deferencia del familión.
Desde que permitieron a los cubanos (de consumo nacional) acceder a los hoteles, hay cubanos (de exportación) que se libran durante algunos días del calor y el ruido de la ciudad y cargan con la familia hacia el extranjero más cercano: Varadero. De no ser por ellos, la temporada alta sería más baja aun. Pero es un extranjero relativo, porque el bum bum bum del raegguetón que sale desde unos enormes bafles en las inmediaciones de la piscina recorre todo el hotel. Es lo que llaman el “color local”.
El mar es espléndido, como corresponde, y hasta donde se pierde la mirada hay muy pocos bañistas.
Horas después, la tarde no cae. Se desploma en un estallido de luz. Por un momento, el mar parece plomo y es como si hasta el viento se detuviera a la espera del siseo del sol cuando toca el agua en el horizonte.
Después de la cena, Daniel afloja la plata (¿o fuimos nosotros?) y se mete una hora en Internet a razón de 10 CUC. Visita su bitácora, El País, Google y descubre la existencia de Ávila Link, el programa con que ETECSA vigila la red (tiempo y lugar de navegación, visitas, historial y barreras a páginas “indeseables”). Intenta entrar a Cubaencuentro pero es página bloqueada, no así The Real Cuba, donde la Isla sangra entre barrotes. La ciberfiana está perdiendo eficacia. Y se comenta que entre los nuevos reclutas de la Universidad de Ciencias Informáticas se ha detectado trapicheo virtual y producción de pornografía para la red.
En la noche, nos acercamos a la discoteca, el paraíso del raegguetón. El ritmo espasmódico invita a algunos bailadores. Cuatro nórdicos aletean en la pista a ritmo de alguna tonada folklórica inuit que deben estar escuchando en su fuero interno.
El DJ repite cada cierto tiempo el raegguetón de moda. Su estribillo recomienda: “échale un palo” y, más tarde, “échale dos palos”, y así hasta la viagra.
A medida que avanza la noche, descubrimos que por una puerta diferente a la que da al hotel, por donde hemos entrado, acceden al local jóvenes cubanos de ambos sexos salpicados de extranjeros. Muchachones de gimnasio y dorador con camisetas sin mangas para exhibir los bíceps. Muchachas con licras que dibujan todos los relieves, hasta el salpullido y los lunares. Escotes vertiginosos y altos tacones. Una negra y una rubia que han entrado juntas no dejan de bailar junto a una mesa en la zona más alta. No bailan entre ellas. Compiten. Al fin la rubia (¿o fue la negra?) obtuvo su premio: un extranjis que no habla español. Ni falta que le hace. Un mulato bajito y musculoso baila en la pista con tres italianos que lo acarician al unísono. Me temo que esta noche hará horas extras.
Mañana nos explicarán que la puerta misteriosa por donde entran a raudales los musculosos y las atrincadas es la que da a la calle. Por 5 CUC se accede al local y las cervezas valen 2. Además, esta noche de lunes es la única discoteca, el único coto de caza abierto en todo Varadero. Sin querer, estamos presenciando una síntesis de la noche local. Si, como dijo en su día Fidel Castro, las jineteras cubanas son las putas más cultas del planeta, asistimos a un verdadero Congreso de Educación y Cultura.
Publicado en: Habanerías | Actualizado 27/08/2009 23:17
Muy buen artículo sobre su visita a Cuba. Yo salí hace años y no he regresado más.
AntwortenLöschenTodo allá ha cambiado para mal.
Visita mis blogs. En uno verás muchos desnudos y que yo no fui jinetera sino puta porque ni vivía en Cuba.
Estimada Armienne, gracias, pero el artículo no es mío, sino, como aparece citado, de Luis Manuel García Méndez, yo no voy a Cuba desde el 2007. Me pareció interesante y por eso me hice eco de Cubaencuentro. No entiendo eso de desnudos, jinetera y putería de que me habla, pero visitaré su Blog. Una vez más gracias. Saludos, Chocolatico Pérez.
AntwortenLöschenGracias por tu visita a mi blog y tu mensaje.
AntwortenLöschenEntendiste.